El rio teme.

 El río teme, antes de entrar al mar. Teme perder lo que ha sido desde su nacimiento: sereno, voluptuoso, poderoso en ocasiones, profundo por circunstancias, pero conservando siempre su dulzura. En su trayectoria el rio ha poseido los bosques. Ha regado los campos, ha dado vida, ha alimentado, ha entregado el vigor de su energía. Teme llegar a su destino final, como teme el hombre llegar a la vejez después de haberlo entregado todo y acercarse a la muerte. Teme el hombre perder lo que ha sido, lo que ha podido acumular, como teme el río perder sus aguas. El hombre se empeña errónea e inútilmente de detener el avance natural de sus caudales hasta la vejez, pero es imposible que pueda hacerlo, como tampoco puede el río devolver sus aguas. Ambos: rio y hombre, mientras avanzan al infinito de sus existencias, no vuelven a ser lo que eran  hasta no completar su ciclo. Quizas luego de haberse transformado en un proceso de purificación el rio vuelva a ser el mismo u otro rio e igualmente el hombre sea otro hombre u otra vida. Como diría Khalil Gibran "El río precisa arriesgarse y entrar en el océano como el hombre a la muerte, porque sólo al enfrentarse a sus destinos, el miedo desaparecerá, porque en ese momento sabrá que no se trata de desaparecer en él, sino de volverse un océano.


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