¡Qué contrariedad!

 ¡Qué contrariedad!



La mujer es lo que se define como la persona del sexo femenino en la especie humana. La femineidad, significa suavidad, delicadeza, finura, ternura, gracilidad. La mujer de hoy ha perdido la feminidad que era una característica suya, casi generalizada, hace veinticinco años atrás. Se comporta de manera ruda, odiosa, interesada, desafiante y esa condición compasiva que le caracterizaba se ha ido directamente por el retrete. Pasó de ser la cura del dolor a ser la principal causa de ello. Esa mujer graciosa, con destreza para todo, reparar, alentar, construir, sanar, multitarea, ha desaparecido y ha evolucionado conforme al plan que desde el inicio la serpiente ideó que fuera.


La mujer ya no despierta en los hombres que son hombres esa generosidad que despertaban nuestras madres a nuestros padres, porque aún desempeñando históricamente un papel, que por algunos no fue justamente valorado, la mujer con su gracia, con sus sagacidad, con dulzura y talentos, lograba cualquier cosa que se proponía, porque una mujer solo necesita ser mujer para lograr cualquier cosa que se propone. La mujer no tiene que competir con el hombre,  trabaja al lado del hombre, no tiene que igualarse al hombre, lo que debe es manejar las diferencias con la astucia natural que es su virtud, como lo es en el hombre la fuerza, como lo hizo en todos los años de la historia y le dieron resultados.


Lamentablemente la mujer de hoy ha querido ser hombre y se ha perjudicado a sí misma, porque fisiológicamente está en desventaja. Ha salido del entorno en el que biológicamente tenía todas las condiciones para ir cómoda. Le ha pasado como el pez que sale del agua sin haber evolucionado para el ambiente elegido.


Lo contradictorio es que la mujer habiendo perdido, todos los originales atributos, quiere que la traten como la mujer de hace tres décadas. La ley procura que la mujer sea tratada con esa fragilidad que poseía el ser femenino hace ya un buen tiempo, pero al mismo tiempo le sustrae todo el encantó femenino y le invita a que sea igual al hombre. Si la mujer quiere ser hombre, entonces, tanto la ley como ella misma debieran solicitar que sean tratadas como otro hombre.


¡Qué maldita contrariedad!


Opaito

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